lunes, 16 de julio de 2007

EL ERA UN HOMBRE BUENO

En la casa de abajo vivieron los abuelos maternos. El abuelo murió repentinamente de cáncer en 1983 y la abuela en 2001, después de una larga década con el mal de Alzheimer. Ni bien falleció la abuela se vendieron y regalaron todos y cada uno de los muebles y objetos de la casa, quedando ésta vacía. Luego de enviudar, la abuela no había querido desprenderse de ningún objeto perteneciente a su esposo, necesitaba recordarlo en cada rincón y así fue hasta que la enfermedad le hizo perder la memoria y su noción del tiempo y el espacio. El abuelo era de esos que todo lo arreglaban, lo pintaban, lo reparaban, y aunque los muebles ya no estén, la estructura de la casita sigue teniendo en puertas, paredes y habitaciones las reformas que él le hizo alguna vez.

Son dos casas comunicadas por un patio en común. Es decir que se puede ir de una a la otra sin salir a la calle. Vivimos en la casa de arriba, mis dos hermanos y yo nacimos en esa casa. Originalmente mis abuelos alquilaban la de abajo, pero un golpe de suerte permitió que ganara el premio mayor de la lotería de fin de año el 28 de diciembre de 1973 y pudiera comprar esa casa y la de arriba. Así que mis padres se casaron y se fueron a vivir allí. La familia unida. Luego tuvieron tres hijos. Jamás se mudaron y hasta el día de hoy habitan la casa de arriba. En la de abajo no vive nadie, porque ninguno de nosotros lo quiso. Mis padres tampoco han querido alquilarla a terceros.

Cuando falleció la abuela pasaron meses antes que alguien bajara a esa casa. Existía la sensación de verla aparecer enferma y demacrada, como estuvo durante sus últimos años de vida, y nos daba cierta impresión. Su ausencia generaba una presencia mucho mayor. Solo mi madre bajaba a limpiar o a sacar muebles. Recién una Navidad bajamos nuevamente a la casa vacía, para reunir allí a algunos amigos pasada la medianoche. Así, poco a poco, fuimos bajando más seguido, utilizando el lugar para reuniones. Un día mi hermano llevó su equipo de música, una tele y puso unos sillones que le regaló un amigo al irse del país. Y nada más. Hasta el día de hoy en la casa de abajo solo hay eso: un living destartalado y un equipo de audio. Celebramos allí los cumpleaños, nos juntamos con gente, usamos los dormitorios como depósitos de cosas varias (frazadas y acolchados, ventiladores y estufas, revistas y bicicletas). Hay una heladera vieja del año ’52, cuando mis abuelos se casaron, que aún funciona y enfría mejor que ninguna. Y nada más.

Mi hermana no llegó a conocer al abuelo por unos días. Él falleció el 15 de abril de 1983 y ella nació el 27. Yo estaba por cumplir los 8 y mi hermano los 6. Mi madre enterró a su padre con una panza que reventaba. Hermana Menor nació asfixiada y los médicos tardaron 10 minutos en revivirla, a causa de las angustiosas últimas dos semanas del embarazo. Su nacimiento nos cambió la vida a todos. Trajo luz, nos llenó de dulzura, le devolvió la vida a una familia que estaba sumida en una profunda tristeza. Fue tan repentina la muerte del abuelo, a sus 59 años, que jamás terminamos de asumirla. Mi hermana creció con la presencia del abuelo en cada relato, cada anécdota, cada recuerdo, cada historia. Ella afirma que siente que lo conoció, porque fue tanto lo que le hemos hablado de él, que lo reconstruyó en su mente de manera vívida.

Fue un tipo sensacional. Ya no hay hombres así. Una buena persona, muy inteligente, multifacético, hiperactivo, amante de su familia, el mejor padre de su única hija, el abuelo ideal para sus nietos. Había nacido en Pontevedra, España, en 1924. Vino de niño a Uruguay, a los 10 años hombreaba bolsas en el puerto. Trabajó en muchos lados, pero se jubiló siendo inspector de Cutcsa. Era electricista y se encerraba en su taller de la casa de abajo (que se mantiene tal cual, incluso sus herramientas siguen allí). En ese lugar me pasaba largas horas viéndolo trabajar, con Radio Clarín sintonizada en la radio capilla de madera que aún está en el mismo lugar. Nos adorábamos mutuamente. Me llevaba a la escuela todos los días y de camino me compraba polvorones en la panadería. El día que murió, mi madre me despertó a la mañana y me dijo: el abuelito se fue al cielo. Yo no llegué a comprender la situación del todo sino hasta unos días después, porque como había estado internado más de dos meses creía que seguía allí. Fue la primera vez que supe lo que era morirse. La abuela lloraba todo el día y yo lloraba con ella. Todo nos recordaba al abuelo, que ya no iba a volver. El nacimiento de mi hermana nos ayudó a salir de esa depresión, y pusimos toda la esperanza y energía en esa hermosa bebé que estaba creciendo y desbordaba de amor.

Era el hombre más ateo que conocí. No solo no creía en Dios, sino que lo fundamentaba. Había leído la Biblia no sé cuántas veces y decía que era la mejor obra de ciencia ficción jamás escrita. Yo no fui bautizada ni me hablaron jamás de Dios sino para decirme que no existía. O sea que supe de Dios a partir de la negación de Dios. Y jamás creí en Dios, tan solo creí en mi abuelo. Él era Dios para mí, y en él pienso cada vez que necesito aferrarme a algo. A su recuerdo me sujeté en algunos momentos difíciles de mi vida, segura de que él me estaba escuchando.

Conocí al fantasma del abuelo el 2 de enero de 2006. Mi familia estaba ansiosa por presentármelo. Me mostraron una foto en un celular mientras mi madre me explicaba que esa diminuta mancha blanca de ahí atrás era igual a la cara su padre. Me dijo que seguramente el fantasma del abuelo habitaba la casa de abajo. El primero de año de madrugada, mis dos hermanos y un amigo se habían sacado una foto con la cámara de un celular en la puerta de la casa de abajo. Al ver la foto descubrieron una mancha en la ventana de atrás. Parecía una cara mirando a través del vidrio. Pero adentro de la casa no había nadie.

Así pasó a cobrar otro sentido lo que unas semanas antes había vivido Hermana Menor. A fines de diciembre ella estaba con un amigo en la casa de abajo, preparando un café en la cocina, cuando sintió una suerte de soplido en su nuca. Se dio vuelta pensando que era su amigo, pero éste la esperaba en el living. Una correntada, pensó. Al rato, mientras tomaban el café, su amigo empezó a sentir náuseas, mareos, y la sensación de que había alguien detrás. Se puso pálido, se angustió y sintió la necesidad de salir inmediatamente de la casa. Sentado en el cordón de la vereda se sentía ahogado, sin poder explicar lo que sentía. Le dijo a mi hermana que había sentido una presencia extraña, indescriptible. Cuando tiempo después supo de la foto en el celular se negó a volver a entrar a la casa de abajo.

Desde entonces convivimos con el fantasma. Inicialmente mi madre elaboró una hipótesis, cuando supo que los restos reducidos de mi abuelo se habían perdido en el cementerio –habían pasado 23 años- y un funcionario le dijo que muy posiblemente hubieran sido cremados y tirados. Ese suceso la había dejado muy angustiada, asoció esos raros hechos y se auto convenció de que el abuelo no estaba descansando en paz, por eso había vuelto. Nos quiso convencer a todos de esto, al principio nos burlamos, pero con los días le fuimos restando importancia. Luego supimos que ella había hablado con una persona conocedora de casos paranormales, quien le había dado una ‘receta’ para que el ‘fantasma’ se presentara. Así que de vez en cuando iba a la casa de abajo y dejaba una vela prendida en el taller del abuelo, lo llamaba, le decía alguna cosa. Jamás tuvo señales de ningún tipo, excepto algún que otro escalofrío cuando bajaba a limpiar. Le aseguraron que podía tratarse de una presencia real, que esas cosas son comunes y que si su alma había vuelto era porque tenía algo que decir, un asunto pendiente o algo así. Incluso existía la posibilidad de que el supuesto espíritu buscara comunicarse con mi hermana, ya que siempre que pasaba algo extraño estaba ella presente. Por la intensa historia vinculada a la muerte de uno y el nacimiento de la otra, tal vez se quería contactar con ella o a través de ella. Hermana Menor se impresionó mucho. Mi hermano y yo no supimos qué pensar. Mi padre nos trató a todos de locos. Mi madre sigue buscando señales hasta hoy.

Intento ser escéptica, pero a veces me gana la situación. Quizás el fantasma, o el espíritu, o la presencia en cuestión no es otra cosa que la suma de todos nuestros miedos y recuerdos. Hemos mantenido tan vigente la memoria del abuelo a pesar de los años que pasaron desde su muerte, hemos querido transmitirle tanto a mi hermana una descripción viva del abuelo que por escasos días no la conoció, hemos asociado tan fantasiosamente los hechos de la muerte y el nacimiento, hemos aguantado tantos años a mi abuela llorando a su marido y besando su foto, hemos preservado tan intacto lo que él hizo y su lugar de trabajo, que el abuelo nunca se fue del todo.

Como el cuento “Casa tomada” de Julio Cortázar, donde los miedos van encerrando a la familia que la habita, y la sugestión los separa de los diferentes lugares de la casa, nuestro fantasma ha tomado la casa de abajo. Con todos los recuerdos que se mantienen, con todas las historias allí ocurridas, con la vida y la muerte presente en cada rincón, hemos tapiado nuestra propia historia familiar. A esta altura nada mejor podría pasarnos que ver nuevamente al fantasma del abuelo, y que nos diga a qué vino. Posiblemente esté interesado en saber por qué lo estuvimos llamando durante tanto tiempo.


NOTA: Este post es el resultado de un juego experimental con Hermana Menor Clementina. Partimos de la consigna de “escribir sobre el fantasma”, sin saber qué había redactado cada una hasta el momento de publicar las dos historias en forma simultánea.

viernes, 15 de junio de 2007

FEVER

Me levanto de la cama para escribir este post.
Siempre fui una persona sana, de no enfermarme jamás, de soportar las gripes de pie, de no padecer más que un resfrío anual durante el cambio de estación. Pero la salud me esquiva este año.

Dos semanas atrás comencé a sentir dolor en todo el cuerpo y a hacer fiebre. Ya débil y con una tos que me raspaba la garganta, me vio el médico de la emergencia móvil y me dijo: “si no es congestión pega en el palo, vaya urgente a la mutualista”. Casi sin fuerzas para levantarme de la cama fui al sanatorio, donde me tuvieron varias horas en pre-internación haciéndome todo tipo de estudios, placas en los pulmones, nebulizaciones y, sobre todo, intentando bajarme la fiebre, que no aflojaba con analgésicos, por lo cual me dieron medicación intravenosa. Me dieron el alta recién a la noche, después de desconectar los diversos cables que salían de mi cuerpo. Resultado: bronquitis aguda que por poco no fue congestión, cuatro días de reposo y unos antibióticos del tamaño de una aceituna que me agujerearon el estómago. Así pasé mi cumpleaños.

Diez días después un dolor de cabeza intenso y fiebre me obligaron a llamar a la emergencia. Gripe, sentenció la doctora, tres días de reposo y antigripales: otro fin de semana encerrada. Me reintegré a trabajar el lunes pero empecé a sentir una gran molestia en la garganta y a volar de fiebre otra vez así que llamé al médico. Resultado: anginas. Mi garganta era una bola roja y la infección estaba detrás, por eso yo no la podía ver. Reposo durante tres días, y una nueva dosis de antibióticos.

Debo reconocer que la fiebre tiene lo suyo. Volar de fiebre puede ser una experiencia interesante, por el grado de alucinación que se puede alcanzar. Conozco los efectos de ciertas sustancias alucinógenas y doy fe que la fiebre tiene un pegue parecido. Con la pequeña desventaja de que una se está sintiendo mal, cosa que no sucede cuando se ingiere un ácido, por ejemplo, donde el estado es casi perfecto, lo más parecido a lo que uno desearía que fuera la vida cotidiana. Pero desde la fiebre se puede sacar ventaja a pesar del malestar corporal que implica padecerla. Cuando se tiene fiebre, todo lo que suena de fondo es muy surreal: tanto las voces de conversaciones cercanas, de la tele o de la radio parecen hablar en lejanos dialectos, deformarse, ir y venir en un constante y fantasmal fade in / fade out. Si se está escuchando música es posible adentrarse en ella y sentir la gravedad de cada instrumento, lo que justifica incluso el dolor de cabeza que cada golpe de batería puede provocar. En uno de mis viajes febriles comencé a sentir que me sumergía en un gran lugar lleno de agua, asomaba la cabeza para respirar y volvía a meterla en el agua. Veía todo mi alrededor acuoso, el mismo cuarto y la misma cama parecían estar en el fondo de un mar extraño. Cuando desperté me encontré completamente empapada, como si me hubiera bañado vestida, con sábanas y todo: no era otra cosa que la inmensa transpiración febril, había dejado toda mi peste en esa cama a través del sudor. Por supuesto me sentía mejor, débil pero de regreso de una gran experiencia sensorial. Algo parecido se siente al volver de un desmayo. Despertar de un desmayo es como regresar de un espiral, se va volviendo en sí en forma de espiral, como girando sobre un eje interno imaginario y al recobrar la conciencia se siente el mareo propio de ese giro centrífugo que devuelve al mundo real.

Desde mi cama veo el informativo y una de las noticias del día refiere a que hay demasiada gente enferma de las vías respiratorias. El Ministerio de Salud Pública pide a la población afectada que evite los espacios cerrados con mucha gente para impedir que se propague la epidemia. Epidemia, sí, quiere decir que yo podría iniciarla si se me antojara ir a toser a los ómnibus, bancos, shoppings, cines o salas de espera. La última doctora que me vio mencionó que había demasiada gente enferma a la que se hacía difícil tratar con los antibióticos convencionales debido a que las cepas de virus eran resistentes a los mismos. El intenso frío y la gran humedad que sufrimos hace varias semanas han enfermado gente al por mayor. Y los virus han estado mutando, parece. Descubro alarmada que soy peligrosa y formo parte de la zona de exclusión de los antibióticos. Como la inmunidad se volvió una utopía para mi vulnerable organismo, intenté volver productivo tanto tiempo libre por el reposo forzado.

Es viernes a la noche, estoy en cama enferma y prendo la tele. En una tanda veo la promo del nuevo programa de Ignacio Alvarez, donde se lo ve corriendo de los gases en la frontera de Israel. En otro canal está Gran Hermano y veo cómo se llevan a Vadalá en silla de ruedas. En otro lado hay gente que le baila al repugnante Sofovich para que éste los juzgue. El zapping me deja caer en canal 10 y encuentro el programa de Eleonora Navatta, esposa de Escanlar (un dato frívolo que podría no aportar nada, pero que sí me aporta en este caso porque ahí es cuando una piensa que dios los cría y ellos se juntan). Ni recuerdo cómo se llama el envío, pero es una suerte de talk-show a la uruguaya, con panel de todólogos y tribuna de opinólogos. La gorda Navatta quiere cancherear y me pregunto qué hace Cecilia Baraldi en el panel, cuando de última sería más lógico que ella conduzca y la Navatta opine, porque, ¿a quién le importa lo que dice un panelista? El caso es que lo veo a Gustavo Fernández Insúa amagando con prender un porro y me quedo viendo el programa por curiosidad. Ese día el tema era la marihuana. En la tribuna había un defensor del autocultiuvo, un médico veterano que la recetaba a sus pacientes, una doctora que hablaba de los daños que ocasiona la hierba, un representante del partido colorado con buzo escote en v que atacaba con uñas y dientes a quienes la defendían y mucha gente haciendo de extra que sólo miraba. Insúa quería hacerse el transgresor y hablaba de legalizar, Baraldi afirmaba que era una droga menos perjudicial que otras que no huelen a nada y que todo el mundo consume pero nadie opina de eso. Así, entre el “mirá como me lo fumo en cámaras” de Insúa, el “desde épocas inmemoriales todas las culturas la emplearon” de Baraldi y el “qué tema polémico” de Navatta, temí que me volviera a subir la fiebre y abandoné la emisión. Mientras se siga hablando de la marihuana en el contexto de las drogas pesadas vamos muy mal. ¿Qué buscaba ese programa, además de un poco de rating en un día y una hora poco apropiada para tal fin? Supongo que hacerse los cancheros, ser parte de ese merchandising del faso que ahora queda tan bien, como las canciones que hablan de eso, las remeras o las marchas pro legalización. Pienso que no se gana nada con este tipo de discusiones que no tienen un final concreto, que se dan en un medio complaciente con el poder de turno y en un tiempo donde estamos gobernados por gente que ataca a la marihuana y pone en circulación la pasta base. Hablar de la marihuana para defenderla es una batalla perdida. Nadie sale a hablar de la aspirina para defender sus cualidades como anticoagulante, ni vemos a nadie sentado en el living de Omar explicando las bondades de tomarse un buen tilo para calmar los nervios. El que toma whisky, aspirina o té de tilo por las razones que sea no le quiere contar a todo el mundo lo que toma, ni se sienta a escribir una canción hablando del asunto, ni mucho menos organiza una marcha pro consumo, y ni por asomo se arrima a un debate televisado. El que consume cannabis-sativa sabe lo que está haciendo, por qué y para qué lo hace, y no necesita darle explicaciones a nadie. El hecho de que no esté legalizado no es más que una mera circunstancia que le da cierto morbo al asunto y fomenta la existencia de estos “debates” insoportables, donde hablan todólogos que nada van a conseguir desde ese lugar.

Yo pensaba que hablar de enfermedades era cosa de viejos. Hablar en televisión también.
Aún tengo la esperanza de que todo haya estado solo en mi imaginación, producto del delirio febril. A la mierda que vienen fuertes estos virus.

martes, 5 de junio de 2007

MEDIO MEDIOCRE

Uf, desde febrero no escribía. Aquí vamos de nuevo.

Volví a Buenos Aires. Siempre hay cosas para hacer en esa ciudad, vivir en la calma de Montevideo provoca la necesidad de darse un baño de gran ciudad y polución de vez en cuando. Esta vez fui a Baires en misión periodística y a ver espectáculos. Lo que más me llamó la atención siempre de los argentinos, que es una de las tantas cosas que me hace quererlos (lejos de odiar a los argentinos, siempre los admiré por un montón de cosas, entre ellas la enorme producción cultural que tienen), es su calidad de anfitriones. Una va como periodista de Montevideo, coordina desde acá entrevistas y acreditaciones intercambia mails con gente que no conoce y mucho menos la conoce a una. Y al llegar allá descubre con fascinación que la están esperando, y no sólo la reciben como si la conocieran de toda la vida sino que muestran una disposición inédita para lo que estamos acostumbrados a vivir acá.

Fui a un canal de televisión en calidad de fotógrafa, con el periodista que haría las notas para un semanario uruguayo. La idea era presenciar el back stage de dos interesantes programas de la tevé argentina, y de paso entrevistar al productor de los mismos, que por cierto jamás da notas. Fuimos recibidos con el más cordial de los tratos, agasajados con bebida y comida, el productor llegó tarde pero nos dio la entrevista con la mayor disposición. Asistimos a un teatro a ver una obra de stand-up, y fuimos tratados de la misma forma: con respeto, con acceso a entrevistas en el camarín de los actores, con lugar reservado en la sala, con la preocupación del productor porque estuviéramos bien ubicados, bien atendidos, a gusto. Y fue un gusto, desde luego. Viajamos una punta de kilómetros hasta una localidad del Gran Buenos Aires a entrevistar a un director de cine, un tipo al que le teníamos una gran admiración y que nos trató como si fuéramos conocidos de toda la vida. Y eso por no mencionar el aprecio que nos manifestaron cada uno de los entrevistados durante ese viaje por el hecho de ser uruguayos, periodistas uruguayos mejor dicho. Los argentinos nos ven a nosotros a la inversa de cómo nosotros solemos verlos a ellos. Y lo manifiestan en el trato espontáneo, simplemente.

Algo que no debería habernos sorprendido nos dejó maravillados, lo cual no debería ser así. Pero ocurre que en Uruguay la prensa es molesta, los periodistas son tratados con desprecio, no se piensa que un periodista está trabajando, sino molestando, y es tratado en consecuencia. En Montevideo para acreditarse a un show hay que realizar una campaña de ruegos y oraciones, porque las probabilidades de ser acreditado son mínimas. Obligan a que la prensa se arrodille para conseguir una acreditación, o un disco, o lo que sea, como si le estuvieran haciendo un favor, cuando en realidad es al revés: los periodistas le hacen un favor al productor o al sello discográfico de turno interesándose por el evento o artista de turno.

Voy a dar ejemplos del negro panorama local, nido de ratas de productores, managers y sellos discográficos de mediocre mentalidad. El año pasado quise acreditarme para la Fiesta X. Pedí dos acreditaciones, una para mí en representación de la revista virtual que realizo, y otra para alguien que, si bien escribe en dicha publicación virtual también lo hace para un conocido semanario. O sea: eran dos acreditaciones para dos personas de dos medios diferentes. A la fiesta de la X asisten cerca de 90.000 personas, las entradas no son numeradas, había lugar de sobra para que vayan dos periodistas más a cubrir el evento, del que planeaban hablar luego en sus medios. Pues no nos otorgaron ninguna. En tiempos en los que hacía radio la cosa se había tornado ridícula. De hecho esa fue una de las tantas razones que me alejaron del medio, me harté de andar pidiendo cosas que entendía tenían que venir solas. Por ejemplo era muy común que si hacía una crítica dura de un disco el sello editor me negara los discos de sus otras bandas en castigo. De locos. Lo mismo pasaba con los shows: por decir “no sonó bien” no me acreditaban para el siguiente. Y así podría seguir enumerando casos similares. El colmo de la mediocridad lo representaban, muchas veces, los propios músicos: he recibido amenazas por comentar un disco o un show, un grupo entero ha querido pegarme por pasar una canción grabada en vivo. Evito dar nombres porque no interesa a esta altura, además lo dije en su momento. Lo cierto es que ni las bandas se hacen cargo de lo que hacen, mediocridad al cuadrado.

Por esa razón de un buen tiempo a esta parte evito pedir material, entradas o lo que sea. Si tengo el disco lo comento, muchas veces lo consigo prestado, solo si me interesa demasiado lo compro, eventualmente lo bajo de internet. Si me interesa asistir a un evento pago la entrada. Procuro hablar únicamente de lo que me interesa, y al que no le guste mala suerte. Sostengo que el medio se retroalimenta de ese tipo de servilismo periodístico, donde sólo si hablás bien de todo los sellos y productores te facilitan las cosas. Por eso me sorprendo y me maravillo cuando voy a Buenos Aires y sin conocerme me brindan todo y aún más de lo que espero. Piensan con otra cabeza, piensan en grande, saben perfectamente lo que significa que la prensa se interese por vos, y actúan en consecuencia.

Volvimos de Buenos Aires con un buen puñado de entrevistas a gente grossa, inteligente y amable. Sacamos fotos sin restricciones. Trajimos en la valija una cantidad de discos, dvds, libros y revistas que nos brindaron sin pedirlas. Igualito que acá… Allá se avanza, acá se retrocede.

viernes, 16 de febrero de 2007

ME TOMO VACACIONES, ME TOMO CINCO MINUTOS, ME TOMO UN TÉ


Ah, el verano. Derrite, desintegra la materia, la gente desaparece en todo sentido. No está mal desaparecer un poco. Así se puede sentir esa emoción extraña del regreso, una suerte de ansiedad mezclada con sorpresa, después de un tiempo en el que los demás no saben de una, y una ni siquiera piensa en los demás. Mis vacaciones son fuga. Del entorno, de mí, de la pc. El volver es siempre adrenalina, verborragia, mucho para decir sin saber por dónde empezar. Voy por partes.

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Tiempo atrás aquí hablé de Pablo, el ciego. Cuando escribí aquello lo hice con cierta nostalgia, porque hacía mucho que no sabía nada de él. Poco después de publicar esa historia apareció Pablo. Me llamó para agradecerme todo lo que escribí, me contó que se había emocionado al leerlo, y me explicó que estuvo un poco desparecido por elección personal, desconectado de todo, pero que estaba de vuelta. Y haciendo radio. Pablo está en la radio comunitaria FM 106.3 Libertad, de Ruta 8 a la altura del KM 19, y conduce un programa llamado “Pan y Circo”, que se emite los jueves de 17 a 20 horas. Me dio una enorme alegría saber que Pablo estaba de regreso en el medio que lo identifica, donde todos los sentidos cobran otro valor para él, para todos. Comparto la noticia por si alguien puede sintonizar esa radio y conocer a Pablo durante su vuelo.

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Es maravilloso lo que logra la radio, cómo todo se vincula de la manera más extraña.
La radio me permitió conocer mucha gente, a mis grandes amigos los conocí mediante la radio, incluso a mi pareja (una historia tan especial que me reservo por ahora, porque es la historia de mi vida). A veces la radio llega donde ningún otro medio puede llegar, y desde ella se puede entrar en el mundo de otros seres tan especiales como desconocidos. Así fue como un día, ondas radiales mediante entré en Tandil, una ciudad Argentina, a 370 kilómetros de Buenos Aires. Es el poder de la AM, que siempre defenderé por ese gran alcance, que a veces trasciende la imaginación. Hace como siete años ya, un día recibí un mail de Juan Pablo, donde me contaba que vivía en Tandil, que sintonizaba la radio por onda corta desde allá, y mails, chats y teléfono mediante, nos hicimos amigos. Jamás nos hemos encontrado en persona hasta hoy, pero nos sabemos ahí, cerca, aunque pasen meses sin tener noticias uno del otro. La radio nos unió, y como una constancia de nuestra amistad, la radio es la que siempre nos encuentra. Hacía más de un año que no tenía novedades de Juan Pablo, y hace unos días me envió un correo en el que me invitaba a visitar su blog, porque allí había subido grabaciones de aquellas emisiones que lograba sintonizar misteriosamente años atrás. Un homenaje, me explicaba, a una emisión radial que significó mucho para él en aquel momento. Me emocioné. Y descubrí fascinada que su blog se llama
Noches de Radio. Lo visito, y veo que su pasión por la radio sigue intacta, que nuestras vidas han cambiado y han tomado rumbos diversos, pero que la radio aún significa lo más importante de nuestras vidas. Es genial. Gracias, Juan Pablo, por todo.

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Hablando de radio, me sorprendí mucho cuando supe que “Mundo Cañón” se pasó a Radio Futura. Estuvieron varios años en AM Libre, primero en la mañana y desde la partida de Daniel Figares y su “Plan B” pasaron a ocupar la primera tarde. No es que les deseara seguir bajo el ala del déspota de Fasano, de hecho siempre creí que merecían un destino mejor que el fatal multimedio plural, incluso la FM parecía lo ideal en función del buen gusto musical de sus conductores, pero no me los hubiera imaginado en Radio Futura ni aunque me hubieran dado un licuado de lsd, peyote y mezcalina. Ocurre que Rufo Martínez y Guillermo Amexeiras no me daban el perfil 'american idiot' que promueve Petinatti en su radio. De hecho siempre se mostraron como dos tipos inteligentes, con buena cultura musical, sentido crítico y humor ácido. Características que en Radio Futura nadie demuestra poseer, empezando por ‘the boss’. Durante años se burlaron de Petinatti, marcaron públicamente diferencias que parecían irreconciliables, incluso Amexeiras, quien conducía en TV “Planta Baja” pareció vivir un incómodo momento de tensión el día que estuvo Petinatti de invitado. Estaba clarísima la distancia entre ellos para cualquier oyente de “Mundo Cañón”. Cómo llega ahora este programa a la radio del tipo al que bastardearon durante años, con el que más allá que lo dijeran o no se notaba claramente la diferencia de estilo y pensamiento, es un misterio que solo puede resolver un cheque abultado. Me decepcionan. Soy de las personas que creen que en la vida hay que ser honesto con uno mismo ante todo, y que por más plata que haya uno debe mantenerse fiel a sus convicciones. Prefiero y elijo no estar antes que traicionar mi conciencia. Petinatti por ejemplo está en las antípodas de mi vida. No me importa si es buena o mala persona, lo único que tengo claro es que no comparto ni un poquito su modo de hacer comunicación y punto. Y creí que los muchachos de “Mundo Cañón” eran esa clase de gente que no vendía su alma al diablo. Me da mucha pena por ellos. Es obvio que la jugada de Petinatti fue poner una propuesta que más o menos pudiera competirle de igual a igual a “Justicia Infinita”, de Océano FM. Van a estar a la misma hora y tendrán el mismo público objetivo. Ahora van a vivir la fiebre del ‘minuto a minuto’, dejándole el aire caliente al jefe, que saldrá después de ellos. Pienso: si bien me sorprende que los cañoneros hayan aceptado trabajar con su viejo enemigo, más aún me sorprende la falta de escrúpulos de Petinatti. No le importa nada, el tipo se anima a convocar a quienes lo han defenestrado durante años con tal de ganar un punto más de rating, es morboso. Así juega él, desde luego, y a alguien así yo lo quiero bien lejos. Tan lejos como estaré yo de esta nueva peleíta entre cañoneros y justicieros. Los superenemigos del aire.

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Ya que lo nombré, vale la pena decir que volvió Daniel Figares. En formato escrito, y se agradece. Admiro su capacidad de decir no. A diferencia de los cañoneros, Figares es un ejemplo de un tipo con agallas, que prefiere estar un largo tiempo sin trabajo antes que bajar la cabeza ante una chequera. Más allá de estar o no de acuerdo con él, valoro que siempre se haya jugado a decir lo que pensaba en cada medio en el que estuvo. Supo estar en el lugar y el momento justo, y también supo irse a tiempo cuando no se sintió a gusto con alguna cosa. Yo crecí con Figares desde El Dorado FM, cuando esa radio era una aventura para los oyentes que descubrían una nueva forma de expresión. Pensar que a Petinatti lo inventó Figares, lo parió, qué lo parió. Son dos tipos tan diferentes que cuesta creerlo. Incluso la gente más joven no tiene ni idea de esta historia. Petinatti era oyente de “El Subterráneo”, de esos fanáticos de un programa de radio que van de visita al estudio, y de tanto estar en la vuelta un buen día acaban siendo parte del programa. Así arrancó Petinatti, bautizado con ese nombre por Figares, en homenaje a Roberto Pettinato, ex saxofonista de Sumo, actual conductor de “Duro de Domar” en Argentina. Luego separaron caminos, y lo bien que hicieron. Figares agarró para un lado más periodístico, y Petinatti terminó de dibujar al payaso que llevaba dentro (perdón Krusty). Quienes hoy andan en el entorno de los 30 años o más y llegaron a escuchar “El Subte”, posiblemente siguieron a Figares. Los más jóvenes, que no alcanzaron a conocer lo que era una radio con personalidad y se encontraron con el Petinatti de “Malos Pensamientos”, se comieron la mentira de que el tipo era el ejemplo de la transgresión de la radio uruguaya. Ya sabemos quién fue más exitoso y quién hizo más plata, y quién eligió un perfil bajo y se ganó más enemigos.
Figares es un mal necesario, el tipo tiene que tener un espacio, tiene que poder hablar de lo que se le canta, cuando y como quiera. En los medios uruguayos hace falta gente que se la juegue, que no vaya para donde sopla el viento. Sin embargo no le cae simpático a los medios de derecha ni a los de izquierda, simplemente porque ha manifestado públicamente que no le cree a nadie. Y acá tenés que estar de algún lado para tener un lugar, nadie quiere contratar a alguien que no le dará para adelante a sus intereses. Afortunadamente Figares volvió a decir lo suyo públicamente, ahora desde la revista virtual
Deltoya, donde tiene su propia columna y prende el ventilador frecuentemente.

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Hace unos meses atrás tenía mi rutina de internet a la mañana. Encendía la pc y acto seguido realizaba una recorrida por un montón de blogs. Sin embargo ya no leo tantos blogs con la misma ansiedad fisgona con que supe hacerlo. Incluso me costó volver a este, confieso. Es raro, porque los blogs tienen algo fascinante y perverso a la vez. Quizás el hecho de que se viertan tantas opiniones, emociones y sensaciones hace de este un juego límite, donde solo sobrevive quien tiene elementos indispensables para jugarlo: paciencia, constancia, tolerancia, y sobre todo, tiempo. Solía empezar siempre por el blog de
Benito. Un caso curioso en la historia de los blogs uruguayos, en el que la popularidad se volvió enemiga de la intención original. Lo que pasó con ese blog merecería varios análisis, porque todo lo que parecía positivo se transformó en negativo: la enorme cantidad de participantes vulgarizó las discusiones. Es válido reflexionar sobre el riesgo de volverse masivo, o al menos popular. Ha pasado con el rock uruguayo de los últimos años, por ejemplo, aunque el fin lucrativo fue causa importante del deterioro artístico del género. En el caso de ese blog, que un tipo escribía –con gran estilo y fuertes argumentos- sobre lo que se le daba la gana, siempre con un pie en la realidad y con intención de divulgar (cultura, ideas, historias), no existía fin de lucro sino pura manifestación gratuita de conceptos subjetivos. Alguna vez Benito expresó que su intención más pura al construir ese espacio fue el intercambio de ideas con un puñado de seres que podían compartirlas, o por lo menos entenderlas. Nada más. Sin embargo la variedad de temas tratados y el ‘link a link’ de la red llamó la atención de mucha más gente de la esperada, algo que en principio le dio vuelo al blog, pero que con el tiempo desgastó la intención original. Cuando un posteo de Benito superó los mil comments en apenas tres días la cosa comenzó a desdibujarse, y el autor anunció su retirada. La vulgaridad mató las buenas intenciones. La intolerancia afeó el paisaje de una escritura refinada, cuyo propósito no era discutir con pendejos idiotas sobre si canta bien o no el vocalista de NTVG, por ejemplo. Cuando todo alrededor se torna mediocre, es mejor bajar la persiana, y FYT cerró primero la posibilidad de dejar comments, y un buen día Benito no escribió más. Se lo extraña, desde luego, pero se agradece tamaño gesto de coherencia.
Hace tiempo me preocupa el vaciamiento de la generación que actualmente ronda los 20 años, que no tiene referentes culturales ricos, carece de ideas e ideología, se expresa muy mal oralmente –ni hablemos de la escritura, por dios- y se aferra fácilmente a ídolos pintados en remeras y banderas. Ese es el público que va y llena un estadio para ver a cualquier imbécil cantando que con hambre no se puede pensar, sin inmutarse por el hambre cultural que padece esa masa de seres uniformes de la que forman parte. Sin cultura no se puede pensar, sin información no se puede pensar. Y con seres no pensantes es imposible abordar una discusión inteligente, que aporte algo. Eso quizás le pasó a Benito, se desmotivó cuando se sintió leído por tarados, pienso que en parte debe haber sido un duro golpe a la autoestima del autor, sobre todo para alguien que evidentemente escribía para otro tipo de público. Ese es el riesgo de tener un espacio abierto a todo el mundo, donde entra a jugar también la ética personal de censurar o no censurar, y la suma de todo eso acaba por desvirtuar la intención original.

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Así como Benito los mandó a cagar a todos, un tal
Eduardo Acosta, desde un blog muchísimo menos popular que FYT, atendió uno por uno a los commentators idiotas, incluyendo a un músico del rock uruguayo que se enroscó a discutir con él cuando no estuvo de acuerdo con la crítica. Un día Acosta posteó algo referido a los premios Graffiti y la actitud de La Trampa en la entrega de los mismos. Acosta fue brillante en sus apreciaciones sobre el estado actual del rock uruguayo, reflexionando sobre las contradicciones y demagogia de los músicos. ¡Para qué! De golpe los comments estaban llenos de ‘cabecitas’ defendiendo a su banda favorita como si en eso se les fuera la vida, y el guitarrista de La Trampa Garo Arakelián en persona discutía con Acosta acerca de lo que él tomó como insultos del blogger hacia su trabajo. No sé si entendieron: ¡el guitarrista de una banda en persona salió a discrepar con un tipo que dijo algo en un blog! EN UN BLOG. Esto demuestra, por un lado, que la falta de espacios de crítica hace que la opinión de un ser desconocido que escribe un blog sea tomada como la amenaza enemiga, y por otro lado explica por qué razón ha ido desapareciendo la crítica de los medios masivos de comunicación. Los músicos no se hacen cargo de lo que hacen, el público los defiende a ciegas porque no sabe pensar y los comunicadores alimentan ese círculo vicioso desde una condescendencia alarmante. Solo así se explica que un medio no masivo como un blog pueda resultar provocativo y generar esa cadena de respuestas escritas por seres vacíos, incapaces de pensar dos veces antes de emitir insultos y defender lo indefendible. Acosta fue desafiado por Arakelian a charlar cara a cara para ajustar conceptos, como esperando absurdamente que alcohol mediante Acosta cambiara de opinión. No es la primera vez que Arakelian se mete personalmente a discrepar públicamente, lo hizo varias veces cuando leyó o escuchó cosas que no le gustaron, pero ha llegado a una decadencia tan atroz que ahora se enrosca a discutir en un blog, con una actitud tan intolerante como poco inteligente. ¿Acaso espera que todo el mundo hable bien de él? ¿Por qué razón todos deberían actuar como si fueran sus amigos? Visto y considerando la conducta que adoptan los miembros de esa banda ante una crítica, no podemos esperar mayores virtudes por parte de su público. El vacío genera más vacío, estamos deformando el cerebro de toda una generación.

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Vi solo dos espectáculos durante el verano, a cual de los dos más loco. Una tarde en la playa Pocitos tocaron los Buenos Muchachos. Tenía mis dudas, no los imaginaba como una banda playera, con sol, con Kairo Herrera (otro ‘Petinatti boy’) gritando desaforadamente “¿quieren rrrrrrrrrroooooooooock?” o “¿cóoooomo se llaaaamaaaa esta bandaaaaaaaa?” (apesta esa postura de rock star caída en desuso y tan impostada, la gente se burla del tipo desde la arena pero él es re feliz imitando a un viejo presentador de Guns’n’Roses). Me sentía una vieja en medio de tanta muchachada joven, un público que promediaba los 20 años y que solamente conocía los ‘hits’ de la banda, como “He Never” o “Y la nave va”. Para regocijo de los pocos coetáneos de los músicos que presenciábamos el espectáculo se despacharon con un repertorio de canciones de todos los discos y abusaron de la distorsión. Curiosamente no había espectadores en los balcones de los edificios cercanos, mucho ruido para la doña que anda con bajón de presión. Confirmo que son una gran banda, que saben mostrar su personalidad aunque el entorno les sea adverso (arena + sol + Kairo Herrera + pendejos con banderas no son precisamente lo que deben haber soñado cuando escuchaban a los Pixies en su adolescencia). Una hora de ruido de pedales y guitarras desgarradas. Hacía mucho que no los veía, y me quedé satisfecha. Pedro Dalton sigue vivo, la familia está bien.

“The Casero Experimendo”. Hacía años que no me reía tanto en una sala de teatro (si es que alguna vez pude reír en el teatro). Alfredo Casero presentó un espectáculo tan demente que aún no lo puedo creer. El tipo está genialmente loco. Veo videos con avisos publicitarios del estilo “Chachachá” que me hacen extrañar los ciclos “El estigma del Doctor Vaporeso” y “Dancing en el Titanic” que en una época daba I-Sat. Veo al tipo cantar y recitar letras absurdas. Baila, cuenta, opina, y promediando el show se vuelve inclasificable. Llamarlo ‘stand up’ le queda chico, Casero es un artista demasiado completo, adictivamente bueno, todo lo que hace sobre el escenario le sale bien, y el público no puede parar de reír. Lo bizarro en su máxima expresión. El estigma de “Chachachá” cobra vida, Casero se regocija al saberse comprendido por otro puñado de locos que le siguen la cabeza y pagan para verlo. Es la primera vez que veo que un actor invita al público al escenario (para recrear en vivo una escena de lo más alucinada, con la gente interpretando un barco, juncos y gaviotas, una situación que el tipo sabe dirigir con brillantez y resuelve en escasos minutos), que la gente suba voluntariamente, y una no sienta esa vergüenza ajena propia de los espectáculos con interacción actores-público en los que lo único que piensa es: “que no me toque a mí, que no me toque a mí”. Aún creo recordar escenas del show que no sé si ocurrieron o las imaginé, todo es posible. Lo mejor que he visto en teatro en años, lejos. Volveré a verlo cuando pueda, seguro. Como si fuera poco, parte de la locura que significó esa noche en el Movie Center fue alimentada por una lata de cerveza helada que le ¡regalaban! a cada persona que entraba a la sala. Juro que no lo soñé.

jueves, 14 de diciembre de 2006

LA CIUDAD DE LA FURIA


Hacía bastante tiempo que no viajaba a Buenos Aires. Parece lejos solo porque es otro país, porque si pensamos la distancia en horas yendo en barco, no son muchas más que las que puede llevarnos ir a Rocha en Rutas del Sol. Pero bueno, cuando una se va a la ciudad porteña imagina que Buenos Aires la espera con la luz encendida –como rezaba aquel jingle de Alíscafos-, que va a vivir experiencias únicas e inolvidables. Así que armé un abultado bolso con ropa-por-las-dudas (por si refresca, por si llueve, por si salgo de noche, por si se me rompe o ensucia algo) y me dispuse a vivir la aventura de visitar Baires con el cambio a favor, casi con la misma expectativa que en otros tiempos iba al Chuy a buscar ofertas. Estuve tres días y no usé nada de lo que llevé, porque no bajó de los 40 grados de sensación térmica, incluso de noche transpiraba de una manera desagradable. Maldito bolso lleno de cosas inútiles.

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Los porteños no parecen irritarse por el calor húmedo y pegajoso, están acostumbrados a respirar ese aire denso y contaminado. Aire sucio. La ciudad huele rancia, el olor a basura se entremezcla con el smog, la polución, el aliento y el sudor de miles de personas compartiendo escasos metros cuadrados al mismo tiempo. Alta suciedad. La piel de los argentinos luce grasosa, brillante, dan ganas de envolverlos en papel tissue. Volví con la piel en un estado lamentable, con pequeños granitos que nunca habían existido, puntos negros y resequedad. Mis pies con sandalias quedaban con las plantas negras al poco rato de andar. No corre el viento en esa ciudad, no se renueva el aire. Solo caminé tres días por Malos Aires. Maldita grasa de las capitales.

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Nunca pude cruzar la avenida 9 de Julio de una sola vez. Todas y cada una de las veces que fui a Baires lo intenté sin éxito. Supongo que tiene que ver con el ritmo cansino de Montevideo, donde incluso los semáforos duran más tiempo con la luz verde. Está bravo, son 6 carriles de cada lado, con un ancho cantero en el medio, y los autos no circulan a menos de 80 kilómetros por hora. La gente tampoco. Maldito apuro.

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Lo primero que siempre me impactó al llegar a Buenos Aires son los kioscos de revistas. No alcanzan los ojos para ver tanta variedad de publicaciones. Compré La Mano y Barcelona, dos de las decenas de revistas que no sé por qué maldita razón no llegan a Uruguay, serían un reconfortante alivio mensual si así fuera. La Mano trae a Vicentico en la tapa, adentro confiesa por fin que muchas épocas de los Cadillacs fueron acompañadas de ácido, y cuenta anécdotas jocosas. Vicentico luce siempre tan sucio, tan grasiento, no quiero imaginar su almohada, qué asco, razono que los porteños lucen ‘avicenticados’, o que Vicentico es un prototipo de esa ciudad tan aceitosa. La Mano la leo con pasión, desde el índice hasta los créditos, nada tiene desperdicio porque es una de las publicaciones más inteligentes que han surgido en los últimos años, dirigida por Roberto Pettinato, quien por cierto conduce uno de los mejores programas de tevé que se pueden ver actualmente en Argentina, “Duro de domar”, que tampoco lo dan acá. Nunca entenderé por qué se importa de Argentina la peor basura y se ignora la cultura inteligente y creativa. Por supuesto que la revista Barcelona jamás llegará aquí, una edición con formato de diario, con noticias que no lo son, pero podrían serlo si se lee después de fumar uno. Me descostillo de risa con titulares tan bizarros como: “Un grupo de legisladores ex duhaldistas impulsa la creación de la ‘merca país’”, o “La esposa de Paul Mc Cartney y Darío Silva publican su libro ‘¿Quién se ha llevado mi olor a queso?’”, o “Temen que tras el caso de hemiplejia de Lucía Galán, Pimpinela pase a llamarse ‘Pimpiquieta’”. Brillante. Lo mejor es que esos títulos son ampliados inteligentemente mediante la clásica estructura periodística de copete-desarrollo-remate, y una piensa que la redacción de Barcelona es una nube de cannabis o bien que se puede ser un medio rupturista apuntando al absurdo total. Y en los kioscos hay muchísimas revistas más que una quisiera llevarse, pero hay que elegir para que la plata permita comprar otras de las tantas cosas novedosas que ofrece Buenos Aires. Maldito monopolio de diarios y revistas, maldito Cachete Spern y secuaces analfabetos que nos impiden hacernos de una buena lectura importada en nuestro país.

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Buenos Aires me da sed. Hacen 40 grados a la sombra (si tengo la suerte de hallar sombra, ¡sombra nada más!). Y entonces me encuentro con la mayor sorpresa del viaje: el precio del agua, el alto costo de una botellita de medio litro. Es carísima, y no hay más remedio que pagarla una y otra vez, porque el calor y la ciudad deshidratan. Gasté una fortuna en agua, fue lo más caro del viaje en relación a otros productos. Para hacer una comparación, en un supermercado puede comprarse cerveza por 1 peso argentino la lata, o sea, por 8 pesos uruguayos. Y la botellita de Quilmes cuesta 1,20 pesos argentinos (¡9,60 pesos uruguayos!). Sin embargo la botellita de agua cuesta 2,60 pesos argentinos (¡casi 21 pesos!). ¡Es de locos! El agua sale casi el doble que la cerveza. Por supuesto tomé cerveza como si fuera agua, y viceversa. Eso sí: me llamó la atención la gran variedad de cervezas Quilmes. Hay ‘Stout’ (negra), Bock, Cristal, y no sé cuántos tipos más. Son todas ricas, aunque bueno, en la situación de sofocamiento que viví esos tres días con que estuviera fría ya me parecía deliciosa. Hablando de eso: en Buenos Aires el alcohol está muy barato para los bolsillos uruguayos. Ejemplos: una botella de champagne ‘Concha y Toro’ cuesta unos 80 pesos uruguayos. Un buen vino, envasado, de buena bodega, no vale más de 50 pesos, y eso los más caros. Un whisky berretón vale unos 80 pesos uruguayos, y uno importado o de marca reconocida anda entre los 160 y 200 pesos nuestros. Dan ganas de tomarse todo, y de llevarse un carro de super repleto de botellas, pero al final una se controla, porque luego hay que pasar por la aduana con todo eso, y además pesan. Así que me fui a lo seguro, porque la gracia de ir a Buenos Aires es poder comprar lo que acá no se consigue, y en materia de alcoholes la Ginebra Bols se transformó en un tesoro desde que dejó de importarse (nadie sabe bien por qué). Encima una descubre que allá vale 8,50 pesos argentinos, es decir, ¡¡¡70 uruguayos el litro!!! Quiero llevarme 25 botellas, pero no puedo, me llevo algunas, que ya veré cómo escondo en el bolso. Malditas aduanas, malditos impuestos aduaneros que encarecen los productos importados, malditos impedimentos para emborracharme a piacère.

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Buenos Aires me maravilla. No sé si podría vivir en ella en este momento de mi vida en el que hasta Montevideo me agobia y estoy cada vez más cerca de irme a vivir a la costa. Pero Buenos Aires me seduce con ese porte de gran ciudad, con esos edificios impresionantes, esas avenidas temiblemente anchas, esa luz nocturna llena de vida. La ciudad está siempre viva, como si fuera un cuento de Ray Bradbury. Nunca cierra, nunca se apaga. De los tres días que estuve uno fue feriado (el 8 de diciembre, día de la Virgen, quedé de cara cuando lo supe, mientras acá se celebra el día de las Playas, allá celebran a la Virgen de la Inmaculada Concepción; podría ser una buena analogía del perfil de cada pueblo), otro fue sábado y otro fue domingo. Tres variantes que no fueron tales porque Buenos Aires siempre estuvo abierta, en movimiento, llena de gente, brindándose a quien quisiera aprovecharse de ella. Los comercios nunca cierran, nunca, ni en feriado ni en domingo, y además permanecen abiertos hasta cerca de la medianoche, o más. Uno puede ir a comprarse un perfume o un disco o un libro o una campera o una licuadora o una artesanía a cualquier hora, cualquier día, en cualquier lugar. Todo está disponible, siempre, y los bares abiertos y llenos, y los cines repletos y los teatros de la calle Corrientes con colas que doblan las esquinas. Don’t stop. No para, sigue, sigue. Maldita envidia de montevideana con complejo de inferioridad.

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Buenos Aires, Buenos Bares. Uno en cada esquina, cada uno con su onda propia. No sé por qué me gustan tanto las sillas de los bares porteños, casi todas de madera, con ese respaldo curvado, que calza justo a la mitad de la espalda y se cierra lo suficiente hacia adelante como para servir también de posabrazos. Comparo y pienso que Montevideo se degradó mucho en ese sentido, sustituyendo las sillas de madera de bar o las de metal de pizzería por las desagradables sillas de plástico blanco, que fueron adoptadas por todas las clases sociales y afearon todo sin aportar ninguna ventaja (son muy grandes e incómodas, se abren y se rompen, se ensucian y dan calor, quedan mal en las conferencias, en los casamientos, en los balcones, en los jardines, en los salones de clase, en las casas, en los boliches). Me pasó algo curioso en un bar, mientras tomaba una cerveza sentada en una mesa de la vereda. El mozo me aconsejó que cuidara mi mochilita, porque había mucho arrebato. Me explicó que es muy común que los niños se escabullan debajo de las mesas y roben las carteras, y acto seguido me ofreció una correa de cuero, de aproximadamente 20 centímetros de largo, parecida a un collar de perro, que tenía en un extremo un gancho del tipo que usan los hombres para colgarse las llaves del pantalón, y en el otro extremo una argolla, para que atara mi mochilita a la pata de la mesa, al tiempo que la tenía entre mis piernas. Increíble. No supe si pensar qué buen gesto el del mozo, o qué locura la vida en esa ciudad.

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Hay un ambiente medio violento, sí. Una violencia de ciudad monstruo, que devora y es devorada. Hay decenas de niños pidiendo plata, comida o bebida por todos lados, los mismos que arrebatan y viven de eso. Es común ver un niño correr, seguido por un policía. Y se ve gente amontonada frente a una farmacia en una peatonal porque adentro hay policías esposando a una mujer que vaya una a saber qué delito había cometido. Y hay que andar atenta, con ojos en la espalda, sin bultos muy grandes, porque una se siente vigilada de cerca, como cuando un grupo de pequeños que promedian unos 10 años te rodea en un semáforo, y sabés que si no te escabullís vos, ellos lo harán antes, y con tu cartera. Sí, Buenos Aires te come si no te defendés. Maldita exclusión social, maldito capitalismo.

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Nada de las papeleras. Recorrí varios barrios de Buenos Aires y la única referencia al tema papeleras la encontré el último día, en unos afiches de la plaza que está frente al teatro Colón, que convocaban a una próxima marcha en Plaza de Mayo en contra de Botnia. Nada de mala onda con los uruguayos, por el contrario, parecen alegrarse de vernos. Quizás tenga que ver en algo con la enorme población multiétnica que puebla Buenos Aires, y que me pareció que había aumentado desde la última vez que estuve. Es así: los comercios chicos son atendidos en su mayoría por peruanos o bolivianos, y los supermercados por chinos. Se ven chinos por todos lados, llama la atención tanto oriental junto, me resultó llamativo, es como si Buenos Aires fuera tomada como una meca de oportunidades por extranjeros completamente ajenos a la cultura de esa ciudad. Por eso sorprende, porque entro a todos los comercios y me atienden orientales que apenas pueden dialogar porque no entienden español. Compré “cergüeza”, “acuá”, y demás artículos originales. Por supuesto no realizan los trabajos mejor remunerados, no, son inmigrantes y por ende mano de obra barata, Buenos Aires los usa para hacer todo lo que los porteños ya no quieren. Maldita discriminación.

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Hay maxiquioscos en todas las esquinas, abiertos las 24 horas. La mayoría son de una cadena llamada “25 horas” que monopoliza el negocio, según pude averiguar. Podrían ser más útiles si vendieran cerveza, pero parece que la empresa firmó un convenio con el gobierno para no venderla. Así que para un turista sediento no sirven de mucho. En Buenos Aires hay muchas cosas prohibidas, entre ellas el tabaco, desde hace poco tiempo. No se puede fumar en ningún lado, al igual que en Montevideo, y las cajillas de cigarros lucen leyendas de advertencias parecidas. Eso sí: en relación el tabaco cuesta 10 pesos menos, 3,60 pesos argentinos, que equivalen a unos 28 uruguayos (acá la caja vale ¡38 pesos!). Sin embargo fumé poco en Buenos Aires, ni siquiera me aproveché de tener un precio más conveniente, perdí las ganas al sentir que me estaba fumando una ciudad entera, posiblemente mucho más contaminante para mis pulmones. Además extrañaba al Nevada, una se acostumbra a sus pequeños vicios y los cigarros argentinos saben secos, amargos, no es lo mismo. A lo que no me acostumbro, y no creo que pueda mientras no abandone el vicio, es a no poder fumar en los bares. Si hay un ámbito apropiado para prenderse un pucho es en la mesa de un bar, tomando un café, una cerveza, un whisky. En eso Buenos Aires me traicionó esta vez, fue una puñalada certera y fatal. Malditas políticas de salud pública que deciden por mí.

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El transporte es todo un tema. Qué placer viajar en un taxi cómodamente, sin la molesta mampara. Si hay algo por lo que organizaría un referéndum es contra la mampara de los taxis, cuenten conmigo si se les da por esa lucha. El boleto de colectivo tiene un valor de 80 centavos, es decir, 6 pesos uruguayos. No hay guarda, sino unas máquinas parecidas a un teléfono público que hasta devuelven el cambio. No andan a menos de 70 kilómetros por hora, así que una puede recorrer largos trayectos en poco tiempo. Y aún así, a los porteños les parecen lentos los colectivos y siempre te recomiendan el subte, que sale aún más barato. Yo tan solo con la frecuencia y velocidad de los colectivos me sentía satisfecha, ellos no entienden que en Montevideo se tarda media hora en recorrer apenas 2 kilómetros en ómnibus. En otro plano aparece el transporte internacional que usé para llegar a Buenos Aires. Buquebús está quedando obsoleto, es hora que el señor López Mena invierta un puñado de la millonada que saca por mes mediante venta de pasajes y favores políticos en actualizar el servicio. Circula un rumor de que López Mena recibió mucho dinero del gobierno argentino por abaratar los pasajes para paliar la problemática de tener los puentes cortados. Me llamó la atención incluso que en el puerto de Buenos Aires, al regresar, no me cobraran tasa de embarque. Ya en el barco, la comisario de a bordo de Buquebús me explicó que Kirchner había decretado la eliminación de dicho impuesto aduanero por 180 días. Resulta que entre los cortes de los puentes y el abaratamiento de los costos (pensemos que la tasa de embarque se paga individualmente, y que si se embarca con un auto en la bodega debe pagarse otra tasa especial, que ya no se abonan), Buquebús está que revienta. Se venden más pasajes de lo que admite la capacidad de los barcos, la gente que ya sabe esto hace cola con más de 3 horas de anticipación en los puertos, los atrasos son moneda corriente, las esperas interminables. La gente viaja durmiendo en el piso del barco, esta parece una opción más cómoda que las molestas sillas de las mesas del Eladia Isabel. Cuando se habilita el barco la gente se lanza en una cacería salvaje por un asiento reclinable. Aún así, si uno está dispuesto a pasarla bien encuentra alternativas para disfrutar el viaje, como ir tomando algo en la cubierta, viendo amanecer sobre el Rio de la Plata. Es cuestión de buscarle la vuelta. Eso sí: maldito viento.

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Culturalmente Buenos Aires es de una riqueza envidiable. Todos los días y a toda hora hay algo interesante para hacer, para ir, para ver, para leer, para aprovechar. Hay actividades para todos los gustos, edades y niveles adquisitivos. Shows internacionales y recitales under. Librerías colmadas de lecturas apasionantes, ferias, exposiciones, teatro. Si uno va con dinero para gastar puede sacarle un jugo cultural extraordinario. Admiro a los argentinos desde siempre por el aporte cultural que han hecho a mi vida, desde todos los ámbitos. Y me maravillo al ver la variedad de propuestas que puedo tener a mi alcance cuando leo una cartelera. Por querer estar en todos lados, no estoy en ninguno, simplemente me deja extasiada la sensación de tener la ciudad a mis pies, la posibilidad de aprovecharme de eso, la perversión de ser y estar cerca del deseo y no tocarlo.

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Llama la atención ver mujeres en bikini, en sus reposeras, tomando sol... ¡en las plazas! Como en la playa, pero a una cuadra de la 9 de Julio, en plena hora pico. Nadie las mira, a ellas no parece importarles y se broncean en la ciudad. Ahí es cuando una agradece vivir en Montevideo, con la playa siempre a pocas cuadras. Y el vientito, ah, eso es lo que más se extraña siempre, ver a la gente cocinándose en las plazas sofoca y da como penita.

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El domingo Boca jugaba una final contra Lanúz, podría haber salido campeón si no fuera porque en otra cancha Estudiantes le ganaba a Arsenal, y ese resultado lo complicó todo. En los bares cercanos al obelisco la gente colmaba las mesas mirando el partido, completamente embanderados, con camisetas y gorros de Boca. Esperaban salir campeones y ya estaban allí para arrancar los festejos, que en Buenos Aires siempre ocurren en el obelisco. No sé si lamentar la derrota porque me perdí de ver en vivo y en directo un festejo de esa magnitud, o si creer que, a juzgar por el aspecto y las actitudes de esas mini barras bravas que poblaban los bares, me salvé de algo.

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Al final me compré pocas cosas, muchísimo menos de lo que pensé. Los precios convienen, pero hay tanta tentación que la plata se va en cosas impensadas. Como en agua. En realidad más que los precios lo que cautiva es la variedad, en el caso de la ropa, por ejemplo, atraen los diseños originales, los estilos únicos, prendas que en Uruguay no existen o no se consiguen, porque por alguna curiosa razón acá todas las tiendas ofrecen lo mismo, siempre tan aburrido y monótono. Fui a Buenos Aires sin ningún plan, y no hice otra cosa que recorrerla y descubrirla una y otra vez. Estuve por muchos barrios, por muchas realidades diferentes, pasando desapercibida entre la multitud. Me recuerda aquel poema de García Lorca, “Paisaje de la multitud que vomita”, donde el poeta se siente víctima de una muchedumbre que lo arrastra, que lo deja sentado solo en un muelle, como queriendo escapar del agobio de la gran ciudad (Nueva York en ese caso). Sin embargo yo no quise escapar de Baires sino de Montevideo, para perderme en una ciudad que no me conozca, que no sepa sobre qué pasos voy andar, que no me encuentre, que me asuste y me encandile. Una ciudad siempre alerta, que no muera los domingos, que me impregne de su olor y me acose con su gigantez. Y hubiera andado muchos días más por sus calles, pero el tiempo se vuela en la ciudad de la furia.

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Buenos Aires me despidió con agua, agua esperada, agua necesaria para apagar el calor del cemento que calentaba la ciudad desde hacía días. Unas horas antes de partir se largó una tormenta eléctrica, con una cortina de agua que impedía caminar, pero eso sí: tormenta sin viento, Buenos Aires es un pozo de edificios altísimos, no hay viento ni aún debajo de un cielo partiéndose en dos. Por suerte conseguí asiento en Buquebús, junto a la ventana, y volví contemplando el sutil paisaje de los rayos y relámpagos sobre el río nocturno, con la postal luminosa de una ciudad que solo alejándose puede verse chiquita.

martes, 1 de agosto de 2006

TÚ ALUCINAS

Pensé en Bukowski. Siempe pienso en Bukowski cuando pienso en ciertas bebidas. Me resulta difícil separar al whisky y la cerveza (juntos y en ese orden) de Bukowski, tanto como me cuesta separar a Luca Prodan de la ginebra, que por cierto también me lleva a Bukowski. Pocos escritores han regado tanto sus páginas con alcohol como lo hizo el gran Chinaski. Muy pocas veces Bukowski mencionó otras sustancias, en su época supo eludir cínicamente a los beatniks y se mantuvo siempre al margen de cualquier evocación mística o militancia por legalización alguna. Bukowski bebía, hasta morir bebía, al menos eso es lo que siempre quiso mostrar en sus relatos. Entonces recordé y busqué y encontré y releí y sonreí. Allí estaba: Bukowski hablando del LSD con una lucidez propia de un bebedor, de esos que siempre dicen la verdad, ahorrándose todas las palabras que el estado etílico dignamente evita pronunciar, con la claridad del borracho por elección que ya no cree que valga la pena decir que lo ha probado todo.

Me gusta releer a Bukowski. Sus escritos parecen haber sido creados con esa remota intención: cortos, atemporales, reales, vivenciales. (Y esto a pesar de las malas traducciones de Anagrama, en un castizo que muchas veces incomoda la lectura con tantos “follar” y “coño” que desvirtúan bastante la intención original con la que Bukowski incluye esos términos en sus textos. Creo que Bukowski merecería una buena traducción desde el Río de la Plata.) Pensaba entonces en alcohol, lo que me llevó a Bukowski, lo que me llevó a un escrito suyo, lo que me llevó a pensar en las malas traducciones de Anagrama, todo lo cual me llevó a buscar en la web, donde di con un blog mexicano (
http://www.hyepez.blogspot.com/) cuyo creador traduce algunos autores de su interés, entre las cuales estaba ese texto de Bukowski que había recordado.
Copio, pego y comparto pues, un Bukowski brillante, tan lúcido y razonable como para conmover incluso a quien jamás se haya dado una vueltita por el lado salvaje.


UN MAL VIAJE (Por Charles Bukowski)


¿Te habías dado cuenta que el LSD y la TV de colores arribaron para nuestro consumo más o menos al mismo tiempo? aquí se deja venir todo este color explorativo pulsando, ¿y qué hacemos? prohibimos uno y echamos a perder al otro. la tv, por supuesto, es inútil en sus actuales manos; no hay un gran argumento en esto, que digamos. y leí que recientemente en una redada se dijo que un agente recibió un contenedor de ácido en plena cara, cuando se lo aventó el supuesto fabricante de una droga alucinógena. esto también es un tipo de desperdicio. hay ciertos fundamentos para poner fuera de la ley al lsd, dmt o al stp –puede enloquecer permanentemente a un hombre–, pero también puede ocurrir eso recogiendo remolachas o enroscando tornillos para General Motors, o lavar platos o enseñar Inglés I en una universidad local, si pusiéramos fuera de la ley todo lo que enloquece al hombre, toda la estructura social se desplomaría –el matrimonio, la guerra, el servicio de transporte público, los mataderos, criar abejas, las cirugías, todo cuanto puedas nombrar. todo puede enloquecer al hombre porque la sociedad está construida sobre falsos cimientos. hasta que saquemos todo el fondo y lo reconstruyamos, los manicomios permanecerán saturados. y los recortes de presupuesto ordenados por nuestros gobernantes me parecen como que indirectamente implican que aquellos enloquecidos por la sociedad no deben ser mantenidos y curados por la sociedad, especialmente en una era inflacionaria y loca-por-los-impuestos. dicho dinero puede ser mejor usado para construir carreteras o para regarlo ligeramente sobre los negros para evitar que quemen nuestras ciudades. y tengo una estupenda idea, ¿por qué no asesinar a los dementes? pensemos en todo el dinero que podríamos ahorrar. incluso un loco come demasiado y requiere un sitio para dormir, y los bastardos son feos –la manera en que gritan y embarran su mierda en las paredes, y todo eso. todo lo que necesitamos es una pequeña junta médica para que tome las decisiones y un par de empleados de enfermería atractivos (mujeres u hombres) para mantener satisfechas las actividades sexuales de los psiquiatras.

así que regresemos, más o menos, al lsd. tal como es verdad que entre menos tienes menos apuestas –digamos recogiendo remolachas– también es verdad que entre más tengas más apuestas. cualquier complejidad explorativa –pintar, escribir poesía, robar bancos, ser un dictador y así por el estilo– te lleva a aquel lugar donde el peligro y el milagro son más bien siameses. raramente vas de cuerda a cuerda, pero mientras vas la vida es ocasionalmente interesante. es bueno acostarse con la esposa de otro hombre pero sabes que algún día te van a sorprender con los pantalones abajo. esto sólo hace al acto más placentero. nuestros pecados están manufacturados en el cielo para que creamos nuestro propio infierno, que evidentemente necesitamos. logra ser lo suficientemente bueno en algo y crearás tus propios enemigos. los campeones son abucheados; el público se muere por verlos derrotados para así poderlos llevar a su propio tazón de mierda. no muchos malditos tontos son asesinados; un ganador puede ser derrumbado por un rifle comprado por correo (como dice la fábula) o por su pistola en un pueblito como Ketchum. o como Hitler y su puta cuando Berlín se abrió en dos en la última página de la historia.

el lsd te puede joder ya que no es una arena para leales empleados de envíos, se sabe, el mal ácido como la mala puta te puede perder. el ginebra casero, el licor ilegal también tuvo su día. la ley crea también su propia enfermedad en los venenosos mercados negros. pero, básicamente, la mayoría de los malos viajes se deben a que el individuo ha sido entrenado y envenenado de antemano por la misma sociedad. si un hombre se preocupa de la renta, el pago del auto, los relojes, una educación universitaria para sus hijos, una comida de 12 dólares para su novia, la opinión de su vecino, ponerse de pie cuando alzan la bandera o lo que le sucederá a Brenda Starr, una tableta de lsd muy probablemente lo enloquecerá porque, en cierto modo, ya está loco y sólo permanece a bordo de las mareas sociales debido a las celdas externas y los martillazos imbéciles que lo insensibilizan a cualquier pensamiento individualista. un viaje es para alguien que no ha sido aún enjaulado, alguien que no ha sido cogido aún por el gran Miedo que hace que toda la sociedad funcione. desafortunadamente, la mayoría de los hombres sobreestiman su valor como algo elemental y su carácter de individuos libres, y es el error de la generación hippie no confiar en nadie arriba de 30. 30 no significa absolutamente una maldita cosa. la mayoría de los seres son capturados y entrenados, totalmente a la edad de 7 u 8. muchos de los jóvenes SE VEN libres pero esto es sólo algo químico del cuerpo y la energía y no algo real del espíritu. he conocido hombres libres en los lugares más extraños y de TODAS las edades –como limpiadores, ladrones de autos– y también a algunas mujeres libres –generalmente como enfermeras o meseras, y de TODAS las edades. el alma libre es rara, pero la reconoces cuando la ves –básicamente porque te sientes bien, muy bien, cuando estás cerca o con ella.

un viaje de lsd te mostrará cosas ignoradas por toda ley. te mostrará cosas que no aparecen en los libros de texto y de las cuales no puedes presentar protesta ante tu regidor municipal. la mariguana sólo hace que la sociedad sea más soportable; el lsd es otra sociedad por sí solo. si estás socialmente orientado, probablemente puedes desechar el lsd como una “droga alucinógena”, lo cual es una manera fácil de deshacerse de ella y olvidarse de todo el asunto. pero la alucinación, su definición, depende de en cuál polo estés. cualquier cosa que te suceda cuando está sucediendo se convierte en realidad –puede ser una película, una penetración sexual, un asesinato, ser asesinado o comer una nieve. las mentiras vienen después; lo que sucede, sucede. la alucinación es tan sólo una palabra del diccionario y un cimiento social. cuando un hombre está muriendo, para él esto es muy real; para otros, se trata de mala suerte o algo de lo cual hay que deshacerse. el césped de bosque se hace cargo de todo. cuando el mundo comienza a aceptar que TODAS las partes encajan en el todo, entonces puede que tengamos alguna oportunidad. cualquier cosa que un hombre ve es real. no fue llevada por una fuerza externa, estaba ahí desde antes que naciera. no se le culpe porque lo ve ahora, y no se le culpe por enloquecer porque las fuerzas educativas y espirituales de la sociedad no fueron lo suficientemente sabias como para decirle que la exploración nunca termina, y que todos nosotros no debemos ser pequeñas mierdas encajonadas en nuestro abc y nada más. no es el lsd lo que causa el mal viaje –fue tu madre, el presidente, la niña de al lado, el nevero con manos sucias, un curso de álgebra o de español yuxtapuesto, fue la hediondez de una letrina en 1926, fue un hombre con una nariz demasiado grande cuando te dijeron que las narices grandes eran feas; fue el laxante, la Brigada Abraham Lincoln, los dulces tootsie rolls y Toots y Caspar, fue la cara de Franklin Delano Roosevelt, fueron las gotas de limón, fue trabajar durante diez años en una fábrica y luego ser despedido por llegar cinco minutos tarde, fue la vieja bruja que te enseñó Historia Americana en sexto grado, fue el atropello de tu perro y que luego nadie pudo trazar el mapa correctamente, fue una lista de 30 páginas de largo y tres millas de alto.

¿un mal viaje? todo este país, todo este mundo está en un mal viaje, amigo. pero te arrestarían por meterte una pastilla.

yo todavía sigo con la cerveza porque básicamente, a los 47, tengo muchos arpones en mí. sería un gran imbécil si pensara que escapé a todas sus redes. creo que Jeffers lo dijo muy bien cuando dijo, más o menos, mira bien las trampas, amigo, hay muchas, dicen que hasta Dios cayó en trampas una vez que vino a la tierra, claro, ahora algunos de nosotros pensamos que no era dios, pero quien fuera, vaya que tenía buenos trucos pero al parecer hablaba demasiado. todos pueden hablar demasiado. incluso Leary. o yo.

es un sábado frío ahora y el sol se está metiendo. ¿qué haces con una tarde? Si fuera Liza me peinaría pero no soy Liza. bueno, tengo este National Geographic y las páginas brillan como algo que realmente está sucediendo. claro, no está pasando nada. alrededor de este edificio todos están borrachos. son una colmena entera de borrachos. las chicas caminan frente a mi ventana. emito, silbo una palabra más bien cansada y suave como “mierda”, luego arranco esta hoja de la máquna de escribir. es tuya.

miércoles, 5 de julio de 2006

LOS OJOS CIEGOS BIEN ABIERTOS

Durante toda mi vida sentí curiosidad por el mundo de los ciegos. Cómo percibían el mundo esas personas a las que les faltaba un sentido que creía tan esencial. Cómo lograban desarrollar sus cuatro sentidos sin echar de menos la luz y los colores y las formas... Siempre quise saber qué soñaban los ciegos, pensaba que aquellos que perdieron la vista en un momento de su vida al menos conservarían un archivo de imágenes en su mente, pero me intrigaba saber qué soñaban quienes jamás habían podido ver. Pensaba en el mundo de los ciegos como un universo paralelo, el reino de los bastones blancos (bastones que son sus ojos y que curiosamente tienen color, solo significativo para el ojo ajeno), habitado por seres sin miedo a la oscuridad. Me cuestionaba qué representaba la palabra oscuridad para un ciego. Los ciegos no necesitaban encender las luces de su casa cuando llegaban por la noche. Entendía que podían prescindir de la portátil en la mesita de luz, de la bombita de la heladera, de los espejos... y hasta de la televisión. De la radio estaba segura que no.

Fue a través de la radio que conocí a Pablo. Y después a Mario, y a Jimena, y a Valeria. Ciegos, veinteañeros, rockeros, increíblemente lúcidos y astutos. Ciegos de la locura, como supe que les gritó un peatón que los vio jugando una carrera de bastón y lentes negros una madrugada por 18 de julio. Los ciegos que solía encontrarme en recitales y eventualmente rescataba del peligro de algún pogo violento. Los mismos que se quedaban cerca mío durante los conciertos para que les describiera los gestos y actitudes de los músicos que daban un show que ellos solo podían escuchar. Siempre estaban los ciegos. “Tabaré, metete el track interactivo en el orto”, bromearon cuando supieron que el CD que regalaba La Tabaré con la entrada del un show tenía videos para ver en la pc. Los ciegos que nunca pagaban entrada porque los porteros de los recitales los dejaban pasar cuando ellos se acercaban a la puerta con su bastón. A veces ellos no sabían dónde estaban: un día me encontraba en el vip de un show de Charly García en el Velódromo, lo vi a Pablo discutiendo con una chica de seguridad y lo fui a rescatar; él me contó que para variar no le pidieron la entrada, y que iba a tratar de moverse para llegar contra el escenario, sin saber que ya estaba allí, que Charly García tocaría a escasos dos metros de nosotros. Los ciegos, que una vez hicieron un programa de radio llamado “Aunque usted no lo vea”, ocultando al aire su condición para engañar hábilmente al oyente desprevenido con sutiles descripciones de formas y colores imaginadas. Los ciegos de la radio, claro que sí. La radio es el mundo de los ciegos.

Había leído el capítulo sobre los ciegos de Ernesto Sábato en “Sobre héroes y tumbas”, conmoviéndome por esa sospecha que el protagonista sostiene a lo largo del relato, desconfiando de los ciegos y creyendo que están asociados y complotados contra los videntes. Genial. Y obviamente leí también el “Ensayo sobre la ceguera” de José Saramago, que plantea una ceguera contagiosa que deja a oscuras a la humanidad, tomándola por sorpresa y desatando una reacción en cadena catastrófica que metafóricamente cuestiona la forma en que miramos sin ver. Muy bueno. Pero no fue hasta que le pregunté a Pablo qué soñaba que me quedé tranquila. “Soñamos sensaciones”, me dijo, “olores, tactos, gustos, sonidos”. Debí imaginarlo, supongo, aunque me costaba entender que el sueño, que es algo tan visual, tan intenso y cinematográfico, pudiera carecer de imágenes. Si era así, un sueño a ciegas debería ser una experiencia sublime, casi lisérgica. Todo estaba en la mente, eso sí que era desarrollar los sentidos hasta niveles insospechados.

A Pablo le gustaba que le leyeran en voz alta. Yo misma llegué a leerle varias cosas, y a recomendarle autores que luego él conseguía en Braille o bajaba de internet. Siempre le hablaba de mis inquietudes sobre los ciegos y le contaba historias. Como aquel capítulo del programa argentino “El Otro Lado”, de Fabián Polosecki, que milagrosamente llegó a emitir aquí Canal 5, donde el periodista se internó en diferentes mundos de ciegos con su cámara; registró a una familia donde todos eran ciegos por un problema genético hereditario, a una monja ciega que se encargaba de la biblioteca del convento, a un ciego que predecía el futuro… todo con esa actitud que Polosecki le imprimía a sus relatos, buscando no perder jamás la capacidad de asombro.

Un día un amigo que conducía un programa de radio, me contó sorprendido que a la salida del cine, en ocasión del estreno de “Trainspotting”, se encontró en la cola de la siguiente función a dos oyentes ciegos. ¿En la cola del cine?, insistí, ¿o pasaban por la puerta? No, iban a “ver” la película, que por cierto era hablada en inglés y subtitulada. Ese sí era un viaje, la temática de esa película era un simple detalle comparado a la idea de dos ciegos sentados en las butacas del cine.
Años después de esta anécdota, estaban dando en la tele una tira argentina, y en el corte me llamó Pablo. Quería pedirme un enorme favor, me dijo. “Estoy viendo el programa, pero me mata cuando vienen las escenas de suspenso, con musiquita inquietante donde nadie habla, no entiendo nada.” Me pidió permiso para llamarme durante las tandas para que le explicara algunos pasajes. Y así estuvimos, en contacto telefónico cada vez que la historia televisiva incluía silencios misteriosos. Pablo veía la tele.

La tecnología ha facilitado la vida de los ciegos. Pablo tenía un reloj que le hablaba, por ejemplo. Y la computadora también le habla cuando configura las opciones de acceso. Y escribe, y navega en internet. Pero enorme fue mi sorpresa el día que Pablo pasó por mi casa para llevarse una enorme bolsa de casetes con grabaciones de programas de radio. “Es que Mario los va a pasar a CD”, me dijo, “y va a ecualizar el sonido y mejorar la calidad y...”. Ah, pero para eso debe editar sonido, pensé en voz alta. Yo edito sonido en la pc, uso los programas Cool Edit o Sound Forge, que permiten ver una gráfica con los niveles y extensión de la grabación, y sé muy bien que hay que ver para editar sonido, no queda otra. “Mirá que Mario aprendió, lo hace bien, quemó 4 discos duros en el intento, pero aprendió”. Reímos, a carcajadas. Los archivos .wav, en los que se trabaja el audio en bruto, son tan pesados que le reventaron la memoria. Y no sé cómo lo hizo, pero hoy tengo una colección de CDs con horas enteras de radio en formato digital. Los casetes ya fueron. Los míos y los que Pablo tenía de la época en que estuvo viviendo en Estados Unidos durante varios meses, con grabaciones de programas de radio que Mario le grababa y le mandaba por correo, para que pudiera seguir vi-viendo en este lugar.

Toda mi vida había tenido incertidumbres respecto al tema de la ceguera, y cuando conocí a Pablo y sus amigos ciegos descubrí que mi pasión por la radio estaba directamente vinculada con eso. Ese era el mundo de los ciegos: la radio. El único medio al que los ciegos no deben adaptarse para acceder a él. Un medio ciego, donde el sentido de la imaginación es tan imprescindible como el empleo de la vista para apreciar la televisión. El mensaje de la radio llega de igual manera a videntes y no videntes. Puede haber matices de percepción, nada más. El relato hablado requiere un nivel muy alto de descripción, de enumeración, de detalles que, al ser dichos, admiten una amplia gama de interpretación. La televisión, en cambio, brinda digerido el sentido visual, impidiendo imaginar la escena de forma diferente, salvo, claro, para los ciegos. Para ellos la tevé es como una radio sin terminar, dado que escatima descripción, porque “las imágenes hablan por sí mismas”. Del mismo modo una canción nos transmite sensaciones e ideas que luego se arruinan en el video clip, pues todas las imágenes que nos sugieren la música y la letra desaparecen con la subjetividad del productor.

Frente a la radio todos somos ciegos, la radio es, en definitiva, el mundo de los ciegos, de esos ciegos que Alejandro Dolina se paró a saludar conmovido cuando vino a realizar su programa “La venganza será terrible” al Cine Plaza, y leyó un mensaje que decía: “no sabemos para qué vinimos, es lo mismo que escucharlo por radio. (Firmado) Los ciegos de la primera fila”.

Desde que supe que formaba parte del mundo de los ciegos temo que alguien apague la radio, y el mundo quede completamente a oscuras.