miércoles, 5 de julio de 2006

LOS OJOS CIEGOS BIEN ABIERTOS

Durante toda mi vida sentí curiosidad por el mundo de los ciegos. Cómo percibían el mundo esas personas a las que les faltaba un sentido que creía tan esencial. Cómo lograban desarrollar sus cuatro sentidos sin echar de menos la luz y los colores y las formas... Siempre quise saber qué soñaban los ciegos, pensaba que aquellos que perdieron la vista en un momento de su vida al menos conservarían un archivo de imágenes en su mente, pero me intrigaba saber qué soñaban quienes jamás habían podido ver. Pensaba en el mundo de los ciegos como un universo paralelo, el reino de los bastones blancos (bastones que son sus ojos y que curiosamente tienen color, solo significativo para el ojo ajeno), habitado por seres sin miedo a la oscuridad. Me cuestionaba qué representaba la palabra oscuridad para un ciego. Los ciegos no necesitaban encender las luces de su casa cuando llegaban por la noche. Entendía que podían prescindir de la portátil en la mesita de luz, de la bombita de la heladera, de los espejos... y hasta de la televisión. De la radio estaba segura que no.

Fue a través de la radio que conocí a Pablo. Y después a Mario, y a Jimena, y a Valeria. Ciegos, veinteañeros, rockeros, increíblemente lúcidos y astutos. Ciegos de la locura, como supe que les gritó un peatón que los vio jugando una carrera de bastón y lentes negros una madrugada por 18 de julio. Los ciegos que solía encontrarme en recitales y eventualmente rescataba del peligro de algún pogo violento. Los mismos que se quedaban cerca mío durante los conciertos para que les describiera los gestos y actitudes de los músicos que daban un show que ellos solo podían escuchar. Siempre estaban los ciegos. “Tabaré, metete el track interactivo en el orto”, bromearon cuando supieron que el CD que regalaba La Tabaré con la entrada del un show tenía videos para ver en la pc. Los ciegos que nunca pagaban entrada porque los porteros de los recitales los dejaban pasar cuando ellos se acercaban a la puerta con su bastón. A veces ellos no sabían dónde estaban: un día me encontraba en el vip de un show de Charly García en el Velódromo, lo vi a Pablo discutiendo con una chica de seguridad y lo fui a rescatar; él me contó que para variar no le pidieron la entrada, y que iba a tratar de moverse para llegar contra el escenario, sin saber que ya estaba allí, que Charly García tocaría a escasos dos metros de nosotros. Los ciegos, que una vez hicieron un programa de radio llamado “Aunque usted no lo vea”, ocultando al aire su condición para engañar hábilmente al oyente desprevenido con sutiles descripciones de formas y colores imaginadas. Los ciegos de la radio, claro que sí. La radio es el mundo de los ciegos.

Había leído el capítulo sobre los ciegos de Ernesto Sábato en “Sobre héroes y tumbas”, conmoviéndome por esa sospecha que el protagonista sostiene a lo largo del relato, desconfiando de los ciegos y creyendo que están asociados y complotados contra los videntes. Genial. Y obviamente leí también el “Ensayo sobre la ceguera” de José Saramago, que plantea una ceguera contagiosa que deja a oscuras a la humanidad, tomándola por sorpresa y desatando una reacción en cadena catastrófica que metafóricamente cuestiona la forma en que miramos sin ver. Muy bueno. Pero no fue hasta que le pregunté a Pablo qué soñaba que me quedé tranquila. “Soñamos sensaciones”, me dijo, “olores, tactos, gustos, sonidos”. Debí imaginarlo, supongo, aunque me costaba entender que el sueño, que es algo tan visual, tan intenso y cinematográfico, pudiera carecer de imágenes. Si era así, un sueño a ciegas debería ser una experiencia sublime, casi lisérgica. Todo estaba en la mente, eso sí que era desarrollar los sentidos hasta niveles insospechados.

A Pablo le gustaba que le leyeran en voz alta. Yo misma llegué a leerle varias cosas, y a recomendarle autores que luego él conseguía en Braille o bajaba de internet. Siempre le hablaba de mis inquietudes sobre los ciegos y le contaba historias. Como aquel capítulo del programa argentino “El Otro Lado”, de Fabián Polosecki, que milagrosamente llegó a emitir aquí Canal 5, donde el periodista se internó en diferentes mundos de ciegos con su cámara; registró a una familia donde todos eran ciegos por un problema genético hereditario, a una monja ciega que se encargaba de la biblioteca del convento, a un ciego que predecía el futuro… todo con esa actitud que Polosecki le imprimía a sus relatos, buscando no perder jamás la capacidad de asombro.

Un día un amigo que conducía un programa de radio, me contó sorprendido que a la salida del cine, en ocasión del estreno de “Trainspotting”, se encontró en la cola de la siguiente función a dos oyentes ciegos. ¿En la cola del cine?, insistí, ¿o pasaban por la puerta? No, iban a “ver” la película, que por cierto era hablada en inglés y subtitulada. Ese sí era un viaje, la temática de esa película era un simple detalle comparado a la idea de dos ciegos sentados en las butacas del cine.
Años después de esta anécdota, estaban dando en la tele una tira argentina, y en el corte me llamó Pablo. Quería pedirme un enorme favor, me dijo. “Estoy viendo el programa, pero me mata cuando vienen las escenas de suspenso, con musiquita inquietante donde nadie habla, no entiendo nada.” Me pidió permiso para llamarme durante las tandas para que le explicara algunos pasajes. Y así estuvimos, en contacto telefónico cada vez que la historia televisiva incluía silencios misteriosos. Pablo veía la tele.

La tecnología ha facilitado la vida de los ciegos. Pablo tenía un reloj que le hablaba, por ejemplo. Y la computadora también le habla cuando configura las opciones de acceso. Y escribe, y navega en internet. Pero enorme fue mi sorpresa el día que Pablo pasó por mi casa para llevarse una enorme bolsa de casetes con grabaciones de programas de radio. “Es que Mario los va a pasar a CD”, me dijo, “y va a ecualizar el sonido y mejorar la calidad y...”. Ah, pero para eso debe editar sonido, pensé en voz alta. Yo edito sonido en la pc, uso los programas Cool Edit o Sound Forge, que permiten ver una gráfica con los niveles y extensión de la grabación, y sé muy bien que hay que ver para editar sonido, no queda otra. “Mirá que Mario aprendió, lo hace bien, quemó 4 discos duros en el intento, pero aprendió”. Reímos, a carcajadas. Los archivos .wav, en los que se trabaja el audio en bruto, son tan pesados que le reventaron la memoria. Y no sé cómo lo hizo, pero hoy tengo una colección de CDs con horas enteras de radio en formato digital. Los casetes ya fueron. Los míos y los que Pablo tenía de la época en que estuvo viviendo en Estados Unidos durante varios meses, con grabaciones de programas de radio que Mario le grababa y le mandaba por correo, para que pudiera seguir vi-viendo en este lugar.

Toda mi vida había tenido incertidumbres respecto al tema de la ceguera, y cuando conocí a Pablo y sus amigos ciegos descubrí que mi pasión por la radio estaba directamente vinculada con eso. Ese era el mundo de los ciegos: la radio. El único medio al que los ciegos no deben adaptarse para acceder a él. Un medio ciego, donde el sentido de la imaginación es tan imprescindible como el empleo de la vista para apreciar la televisión. El mensaje de la radio llega de igual manera a videntes y no videntes. Puede haber matices de percepción, nada más. El relato hablado requiere un nivel muy alto de descripción, de enumeración, de detalles que, al ser dichos, admiten una amplia gama de interpretación. La televisión, en cambio, brinda digerido el sentido visual, impidiendo imaginar la escena de forma diferente, salvo, claro, para los ciegos. Para ellos la tevé es como una radio sin terminar, dado que escatima descripción, porque “las imágenes hablan por sí mismas”. Del mismo modo una canción nos transmite sensaciones e ideas que luego se arruinan en el video clip, pues todas las imágenes que nos sugieren la música y la letra desaparecen con la subjetividad del productor.

Frente a la radio todos somos ciegos, la radio es, en definitiva, el mundo de los ciegos, de esos ciegos que Alejandro Dolina se paró a saludar conmovido cuando vino a realizar su programa “La venganza será terrible” al Cine Plaza, y leyó un mensaje que decía: “no sabemos para qué vinimos, es lo mismo que escucharlo por radio. (Firmado) Los ciegos de la primera fila”.

Desde que supe que formaba parte del mundo de los ciegos temo que alguien apague la radio, y el mundo quede completamente a oscuras.